Hojeando una revista de automóviles clásicos, encontramos hace poco la fotografía de un Buick Super Eight de 1949. El coche, que estaba en un estado lamentable, llevaba matrícula española. Más en concreto, el Buick era un 73.000 de Madrid. A ojo, la numeración se corresponde con las de los años 1949, 50 o 51.
Nos llamó mucho la atención que un coche tan viejo hubiese resistido en un desguace hasta nuestros días, salvándose de las prensas durante décadas. Quizá no se trataba de una chatarrería corriente, ya que cerca del Buick había un Studebaker, de esa misma época y con matrícula de Valladolid. De cualquier manera, el Super Eight nos hizo recordar que, en contra de lo que indica la lógica, este tipo de haigas no eran tan infrecuentes en la España de las décadas de los 40 y los 50...
En aquellos días, había que importar todos los coches extranjeros. La importación estaba sujeta a cupos muy reducidos y a aranceles e impuestos aduaneros. Esto significa que había poca oferta de este tipo de automóviles y que la poca que existía era a precios astronómicos, porque al valor original del auto, se añadían los gastos de transporte y el importe de los tributos. Pero lo cierto es que los Buick, los Packard y los Cadillacs rodaban con relativa frecuencia por las calles de Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Bilbao y muchas otras capitales de provincia. Hablamos de coches de lujo, que ya eran muy caros en América. ¿Os imagináis el precio aquí?
¿Quién podía permitirse comprar un Buick en la España de 1949? La misma pregunta puede hacerse de un Ford o de un Chevrolet, que aunque eran autos mucho más baratos en su país, seguían siendo objetos inalcanzables en el nuestro. La respuesta es que la compra de estos coches era algo reservado a aristócratas con dinero, a industriales, a ejecutivos de empresas de fuera y a personas de posibles, cercanas al régimen franquista. ¿Y cómo hacían para comprarlos? Las marcas no tenían concesionarios oficiales en España, pero sí había pequeñas empresas de venta de vehículos que los importaban y los anunciaban en prensa. En Madrid hubo unas cuantas, entre ellas las de la Calle Goya y la Calle Velázquez. Un sistema alternativo era el de adquirir el auto a un turista estadounidense que se lo había traído hasta aquí, caso que debió darse en bastantes ocasiones, porque tenemos visto un anuncio en un ABC de 1947, en el que un norteamericano alojado en el Ritz madrileño, se ofrecía a vender su flamante Buick Roadmaster nuevo...
Por cierto: el Buick Super Eight que protagoniza este artículo, se vendía, en las tristes condiciones en que estaba, por 2000 euros. No sabemos qué habrá sido de él, pero sí deseamos que un experto restaurador se haya cruzado en su camino.
Extra Bonus Info: a los dos días de escribir este artículo, nos enteramos de que algunas marcas sí tenían sus propios concesionarios oficiales en las grandes ciudades españolas, aunque no como los conocemos hoy en día, porque en realidad eran empresas privadas a las que se había otorgado una autorización especial de comercialización. Por ejemplo, en Madrid capital, Julio Blitz (en Narváez, 39) tenía la concesión de Buick y otros modelos de la todopoderosa General Motors.
Escrito por Equipo de Pop Thing el 13 de Abril de 2010 · 07:09 AM
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